Pastiches literarios

Definición: «El pastiche es una técnica utilizada en literatura y otras artes, consistente en imitar abiertamente diversos textos, estilos o autores, y combinarlos, de forma que den la impresión de ser una creación independiente.» Este ejercicio nace como una necesidad de experimentar con el lenguaje, y, de permitir que los estudiantes practiquen dos nociones importantes en los textos, campos semánticos y familia léxicas. Publicamos algunos de los trabajos más relevantes escritos por nuestros alumnos. Los poemas a continuación se crearon a partir del poema «Los amorosos»  del poeta mexicano Jaime Sabines. Así, publicamos los poemas; Los niños  (Juan Pablo Dueñas Carreño); Los odiosos (Brahyan Camilo Muñoz Romero); Los solitarios ( Sebastián Carreño Suárez); Los pueblos ((Karol Jisley Álvarez Páez);  Las víctimas (Manuela Méndez Rojas)

Los niños

Los niños callan. La inocencia es el regalo más fino, el más deseado, el más valioso. Los niños son los que crean, son los que inventan, los que cuestionan.

La inocencia les dice que nunca se ira, se ira, crecerás.  Los niños andan como locos porque esta felices, felices, felices sonriendo, jugando a cada rato, llorando porque no superaran la inocencia.

Les preocupa la inocencia. Los niños viven el día, no pueden hacer más, no saben. Siempre están preguntando, siempre, hacia alguna duda. Inventan, no inventan nada, pero inventan.

Saben que van a crecer. La inocencia es la perdida perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro. Los niños son formidables, los que siempre – ¿Por qué? – han de crecer. Los niños son la magia del cuento.

Tienen lápices en vez de brazos. Las cuerdas de la garganta se les mueven también como los lápices para hablar. Los niños no pueden dormir porque si duermen se les aparece el coco. En la oscuridad abren los ojos y cae de ellos lágrimas. Encuentran monstros en el armario y en su cama nadan como el agua, hasta despertase.

Los niños son felices, solo felices, sin deberes y sin problemas, los niños salen de sus colegios divertidos, hambrientos, a cazar insectos, se ríen de las cosas que les pasa a ellos, de las que creen haber vivido, verídicamente, de las que salen de la niñez como un ave deja su nido.

Los niños juegan a carreras de carros, a pintar la casa, a no dormir. Juegan el corto, el triste juego de crecer. Nadie puede resignarse. Dicen que nadie puede resignarse. Los niños se avergüenzan de todo error.

Vacíos, pero vacíos de una a otra comida, la duda les ilumina detrás de los ojos, y ellos caminan, lloran hasta la madrugada en que los dolores y las molestias se aparecen inevitablemente.

Les llega a veces un olor a pan recién horneado, a dulce que envuelve con su aroma los dientes, coloridos, como arroyos de chocolate caliente y malvaviscos. Los niños se ponen a cantar entre los labios una ronda infantil, y se van disfrutando, disfrutando, la hermosa inocencia.

(Juan Pablo Dueñas Carreño)

Los odiosos

Los odiosos dañan. El odio es el dolor más repugnante, el más dañino, el más desagradable. Los odiosos corrompen, los odiosos son los que quiebran, son los que desmantelan, los que asesinan.

Su vida es una constante destrucción de sentimientos, no perdonan, aniquilan.
Los odiosos van acabando con todos debido a que les falta amor de otros, envidiando la felicidad y el canto producido por su gran temor.

Les causa soledad. Los odiosos refugiados en la destructora noche no viven en paz. Usualmente cayendo, siempre, hacia la oscuridad. Remplazan toda esperanza con alquitrán.

Desconocen el amor propio. El aburrimiento es su propaganda, el desprecio es su reglamento. Los odiosos son los demonios, los que eternamente producirán caos.                Los odiosos poseen el descontento.

Tienen los dientes como armas. Sus balas son las palabras con el volumen de su odio listo para disparar. Los odiosos no descansan gracias a que se les pudre el corazón. Viviendo en la delicia de acabar con todos aquellos espectros.                                                                    Fastidiados por el insecto bajo el ojo y con su impaciencia al lado de un vago.

Los odiosos están dementes y solos, sin una razón de vivir. Los odiosos corren y huyen de sus angustias dolorosas, perdidos, buscan la víctima. Quieren saber los sentimientos, las ganas insaciables de tacto, especialmente de los que sufren la sensibilidad de una persona cariñosa y ardiente.

Los odiosos sobreviven al juego, a disfrutar el aire, a estar presente. Pierden al reír, ganan al dañar. Absolutamente todos tienen precaución. Aquel que no se cuide. Los odiosos satisfacen su dolor con todo a su alrededor.

Llenos, repletos hasta ir en camilla, la soledad los acompaña en el pasillo, y lo recorren, gritan sin inseguridad indicando la llegada donde viven orgullosamente.

Saben que están con dolor en un crimen fugaz, acaban parejas que permanecen juntas en el limbo, con felicidad, ardua y dudosa felicidad. Los odiosos aman gritar la canción de sus vidas, acabando con la horrenda vida.

(Brahyam Camilo Muñoz Romero

Los solitarios

Los solitarios aprenden. El silencio es el
acto más sincero, el más intrigante, el
más agradable. Los solitarios
soportan, los solitarios son los que
respetan, son los que aprenden, los
que callan.

Su mente les enseña que nunca han de
sufrir, no juzgan, aporta.
Los solitarios andan como perturbados
porque están rotos, rotos, rotos,
buscándose, conociéndose a cada rato,
pensando por qué no encuentran al amor.

Les satisface la soledad. Los solitarios
mueren en vida, no pueden hacer más, no
sienten. Generalmente se están viendo,
siempre, hacia su interior, suspiran
no suspiran en vano, solo suspiran.

Piensan que nunca han de llorar. La
soledad es un silencio genuino, nunca la
palabra, el murmullo, el murmullo. Los
solitarios son los más incomprendidos, los que
siempre -¡Aunque duele!- han de ser juzgados.
Los solitarios son la utopía del afamado.

Tienen libros en lugar de tragos. Las
palabras en sus pensamientos se ilustran también
en sus diarios para salvarlos. Los
solitarios no pueden dormir, porque si se
duermen sus recuerdos le hacen daño. En la
oscuridad sufren un poco y les caen en ellos
la locura.
Encuentra paz bajo la luna y
su mente consigue al fin la cordura.

Los solitarios son sobrios, solo sobrios, sin
odios y sin regaños. Los solitarios salen
de sus cafés cotidianos,
fascinados de observar a todos. Se sorprenden
de las gentes de su misma circunstancia, de las
que son solitarias sin complejidad, verídicamente,
de los que aman la soledad como una
bala la guerra.

Los solitarios salen a observar el aire, a
evitar el dolor, a sentirse.
Observan el silencio, el silencio que hay en los demás.
Todos han de intentarlo.
Deberían todos intentarlo. Los solitarios
se enamoran de toda
interrogación.
Vacíos, pero llenos de toda perceptibilidad,
en compañía se sienten frustrados, y
ellos callan, caminan en la oscuridad
donde faroles y su sombra le acompañan
sigilosamente.

Les inquieta a veces el dolor ajeno recién
suscitado, a las personas que duermen con el
corazón en la
mano, entristecidos, acompañando de pensamientos
crueles y a lágrimas. Los solitarios se
sientan a pensar
entre un café no
culminado, y se sienten
vacíos, vacíos, la
inconclusa vida.

(Sebastian Carreño Suárez)

Los pueblos

Los pueblos mueren. El pueblo clama, en el más profundo dolor. Los pueblos reclaman, los pueblos son lo que tienen miedo, ello pierden su esencia, ellos gimen con escozor.

Su intuición les dice que su sentir ha cambiado de ruta, para no llorar más a sus muertos. Nuestros pueblos miran sin salida, tristes, tristes, tristes, pensando cómo lograr la paz.

Tanto tiempo los sujeto el miedo. Los pueblos iban heridos, destrozados, de tanto luchar sin control. Cada día tener la constante incertidumbre, de ¿a dónde ir?, ¿qué hacer?, sin respuesta. Impaciencia de no saber nada, pero con un poco de esperanza.

Ellos tienen que acostumbrarse a sus vidas intermitentes. El pueblo es la magia contenida, dando paso al verdugo. Los pueblos son los inocentes, los que siempre -¡sufren!- Estando sin protección. Los pueblos son el escudo del otro.

Nuestros pueblos tienen la hierba mala en sus calles. La sangre en lugar de alegría. El pulmón del pueblo cae quedando sin oxígeno para respirar. Nuestros pueblos están enfermos por tantos golpes recibidos, sin una cura para aliviar sus heridas. En la soledad de los caminos, el silencio rugue como un animal acentuado por los malos olores de la decadencia de sus muertos.

Nuestros pueblos calladas, pisoteados, sin ley ni amparo. Nuestros pueblos permanecen hundidos, sin rumbo, cansados y agobiados. La felicidad se acabó para dejar las huellas de la guerra y el cansancio de la espera, para ser comprendidos y ayudados como símbolo de esperanza, igual que un niño espera su regalo más preciado.

Nuestros legados en los pueblos gritan, para que puedan alcanzar la libertad, no sufrir más y llegar a salir del huracán de desastres.

Dicen que nadie se rinde con el apoyo, pero si es la indiferencia la que reina en nuestros pueblos.

Todos han olvidado la esperanza de sus raíces, pero andan por sus catatumbas desiertas, persiguiendo hasta las ilusiones de los muertos.

Sienten palpitar las lluvias que caen sin cesar, corriendo y limpiando la sangre derramada de familias serenas y felices, con la convicción de un nuevo amanecer. Los pueblos se montan a cantar y tocar tambores, trompetas y gaitas para retumbar los ecos de un sol resplandeciente. Una lección no comprendida, con los bailes que cumplen de su inocente recorrido en la vida.

 (Karol Jisley Álvarez Páez)

Las víctimas

Las víctimas temen.
El miedo es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Las víctimas callan,
las víctimas son los que se agobian,
son los que se afligen, los que no olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,

no encuentran, buscan.
Las víctimas andan como locos
porque están solos, solos, solos,
lamentándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al otro.

Les preocupa el otro. Las víctimas
se entregan al día, no pueden hacer más, no saben.

Siempre están huyendo,
siempre, hacia alguna parte
en medio de la nada.
Esperan, esperan la libertad, lo inevitable, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El martirio es su condena perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, y no avanzan.
Las víctimas son los insaciables,
los que siempre -¡que mal!- han de estar solos.
Las víctimas son la hidra del cuento.
Tienen carencia en lugar de brazos.
La decadencia del alma se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.

Las víctimas no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota sobre un lago.

Las víctimas son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Las víctimas salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a encontrar fantasmas.
Suplican a la gente que lo saben todo,
a las que son sueltos a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en la libertad, a los que la tienen
como una lámpara de inagotable aceite.
Las víctimas juegan a coger las alas,
a tatuar el humo, a irse.
Juegan el largo, el triste juego de la libertad.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Las víctimas se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra orilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,

complacidas, a arroyos de agua tierna y a esperanza.
Las víctimas se ponen a cantar entre labios

una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
esta pésima vida.

(Manuela Méndez Rojas)

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